En medio de la transición hacia una economía más verde, la digitalización se ha posicionado como una herramienta fundamental para reducir impactos ambientales, optimizar recursos y acelerar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Sin embargo, no todo lo digital es automáticamente ‘verde’. El consumo energético, los residuos electrónicos, las brechas de acceso y las cuestiones éticas convierten esta pregunta en un tema más complejo de lo que parece a simple vista. ¿Podemos realmente hablar de una digitalización sostenible?
La digitalización sostenible va mucho más allá de simplemente reemplazar procesos analógicos por digitales. Se trata de incorporar tecnologías como el internet de las cosas, la inteligencia artificial o el blockchain bajo criterios ambientales, éticos y sociales, desde su diseño inicial hasta su eventual reciclaje. Para organismos como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la clave está en que estas tecnologías contribuyan a la eficiencia, inclusión, trazabilidad y economía circular. Diversos actores del sector energético ya señalan que la digitalización será fundamental para lograr sistemas más inteligentes, flexibles y sostenibles, tanto en industrias como en hogares.
Pero no todo son beneficios. El auge del entorno digital conlleva impactos significativos que a menudo pasan desapercibidos. El sector digital ya representa entre el 1.5% y el 3.2% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, comparable al transporte aéreo o marítimo. Solo en 2022, los centros de datos consumieron alrededor de 460 TWh, equivalente al uso energético de más de 40 millones de hogares en Estados Unidos, y se espera que esta cifra se duplique para 2026. La generación de residuos electrónicos alcanzó los 62 millones de toneladas en 2022, con apenas el 22.3% reciclado adecuadamente, y se proyecta un aumento del 33% para 2030.
Existen casos exitosos que demuestran que sí es posible una digitalización con impacto positivo. Algunas corporaciones han implementado medidas concretas, como plataformas en la nube que reducen el consumo energético en hasta un 70%, la digitalización de documentos que evita el uso de toneladas de papel anuales, el uso de energía 100% renovable en sus instalaciones y políticas de ‘Residuo Cero’. Además, compromisos de financiación verde apoyan proyectos que favorecen tanto la digitalización como la transición ecológica.
Está claro que la digitalización no es, por sí sola, sinónimo de sostenibilidad. Pero cuando se diseña con criterios éticos, medioambientales y sociales desde su origen, puede convertirse en una palanca decisiva para un futuro más limpio e inclusivo. La clave está en cómo se alimenta (qué tipo de energía), cómo se regula (con qué normas y estándares) y quién puede acceder a ella. Para que lo digital no se convierta en un nuevo foco de desigualdad o contaminación, necesitamos un enfoque multidimensional: regulaciones exigentes, innovación responsable y una ciudadanía bien informada. Solo así, lo que hoy parece una paradoja —usar más tecnología para cuidar el planeta— puede llegar a convertirse en una realidad sostenible.