¡Qué onda, foodies y amantes del ahorro! En estos tiempos donde la factura de la luz se lleva un buen cacho de nuestro presupuesto, cada decisión en la cocina cuenta. Ya no es solo apagar las luces o desconectar el cargador del celular; ahora, hasta preparar la comida se ha convertido en una estrategia para cuidar la cartera. Con la llegada de la freidora de aire, este dilema se ha puesto más picante: ¿será que el horno tradicional está perdiendo la batalla energética, o aún tiene sus trucos bajo la manga? Hoy le echamos un ojo a este debate moderno que nos hace pensar dos veces antes de prender cualquier aparato.
Ambos electrodomésticos nos deleitan con platillos cocinados con aire caliente, pero su “modus operandi” es donde la magia (o el gasto) sucede. Imagina la freidora de aire como un horno compacto, bien concentrado. Su secreto es hacer circular aire caliente a toda velocidad dentro de un espacio reducido, logrando que los alimentos se cocinen rápido y parejo. Es como un sprint de calor. En contraste, el horno de toda la vida tiene que calentar un espacio mucho más grande, un verdadero maratón de temperatura que necesita más energía para arrancar y mantenerse. Aquí está la clave: a mayor volumen a calentar, mayor es el consumo de energía. Aunque el horno no es el que más consume anualmente en el hogar, su demanda de potencia en el momento de uso es de las más altas, ¡y eso se nota en el recibo!
Hablemos de números, que siempre nos ponen los pies en la tierra. Una freidora de aire promedio maneja una potencia de entre 1,000 y 1,800 vatios, lo que se traduce en un consumo de aproximadamente 0.8 a 1.5 kilovatios hora (kWh) por cada hora de uso. El horno convencional, en cambio, sube la apuesta con 2,000 a 5,000 vatios, consumiendo en promedio 1 a 1.5 kWh por cada uso, aunque esto puede dispararse en cocciones largas o a temperaturas elevadas. Para que te des una idea más clara, usar la freidora de aire media hora podría costarte entre 11 y 23 centavos. Un pollo rostizado en el horno a 220°C durante poco más de una hora podría rondar los 30 o 40 centavos. Además, el horno requiere un precalentamiento que dura de 10 a 15 minutos y, ¡ojo!, pierde hasta un 25% del calor cada vez que abrimos la puerta para echarle un vistazo a la comida. Son pequeños detalles que suman y que, sin darnos cuenta, elevan el gasto.
Pero no todo es blanco o negro. La eficiencia energética no solo depende del aparato, sino también de cómo lo usamos. Si bien la freidora de aire es una campeona para raciones pequeñas o platos individuales por su tamaño compacto y su rapidez, los hornos modernos también han evolucionado. Los modelos con calificación energética A o B, y los de convección con ventilador interno, pueden ser hasta un 60% más eficientes que sus antecesores. Si aprovechas toda la capacidad de tu horno, cocinando varios platillos a la vez o usando bandejas dúo, el costo por porción puede ser muy competitivo. Adaptar el uso a los horarios de luz más económicos y desenchufar los electrodomésticos cuando no los usas para evitar el “consumo fantasma” son hábitos que pueden reducir tu factura hasta en un 20%.
Al final del día, la freidora de aire se ha ganado un lugar en muchas cocinas por su eficiencia, rapidez y limpieza. Es una opción fantástica para el día a día. Sin embargo, el horno, con su versatilidad y capacidad para grandes preparaciones, sigue siendo el rey para quienes disfrutan de la cocina tradicional o necesitan alimentar a toda la familia. La moraleja de esta historia es que el verdadero ahorro no está tanto en cuál electrodoméstico usas, sino en cómo lo usas. ¡Así que a cocinar rico y con conciencia!

