En nuestra era digital, el acceso a internet se ha convertido en una necesidad básica, casi tan esencial como el agua o la electricidad. Desde trabajar desde casa hasta mantenernos conectados con seres queridos, nuestra vida diaria depende cada vez más de una conexión estable y rápida. Sin embargo, navegar por la web no cuesta lo mismo en todos los rincones del planeta. Mientras algunos países disfrutan de conexiones ultrarrápidas a precios increíblemente bajos, otros enfrentan costos que podrían considerarse prohibitivos. Esta disparidad no solo refleja diferencias económicas, sino también políticas de competencia, infraestructura y regulaciones que moldean el panorama digital global.
En el extremo más costoso del espectro encontramos a Emiratos Árabes Unidos, donde el precio por megabit por segundo supera los cuatro dólares. Esta situación se explica principalmente por dos factores clave: la falta de competencia y las políticas fiscales. En EAU solo existen dos empresas proveedoras de servicios de internet, lo que elimina cualquier incentivo para reducir precios mediante competencia. Además, el gobierno requiere que estas compañías transfieran hasta el 30% de sus ganancias a las arcas estatales, un costo que inevitablemente termina siendo absorbido por los consumidores finales. Aunque las velocidades promedio rondan los 300 Mbps, muchos residentes pagan entre 100 y 140 dólares mensuales solo por el servicio básico de internet, creando una barrera significativa para el acceso universal.
En el polo opuesto se encuentra Rumanía, donde el precio del Mbps es de apenas un centavo de dólar. Este caso ejemplar se debe a una historia completamente diferente. Tras la caída del comunismo, numerosas empresas privadas comenzaron a desplegar redes de fibra óptica descentralizadas, aprovechando la infraestructura existente en edificios y comunidades para resolver el desafío del ‘último kilómetro’. Este enfoque permitió ofrecer internet de alta velocidad a costos mínimos, resultando en que casi el 90% de los hogares rumanos disfruten hoy de conexiones rápidas y accesibles. La compañía DIGI ha exportado exitosamente este modelo a otros países, incluyendo España, donde ofrece velocidades de 10 Gbps a precios que normalmente costarían 1 Gbps.
España representa un punto intermedio interesante en este panorama global. Con un precio promedio de 10 céntimos por Mbps y paquetes de 1 Gbps que oscilan entre 30-40 euros mensuales, el país ha logrado encontrar un equilibrio entre competencia regulada y accesibilidad. La obligación de compartir infraestructuras entre operadoras ha sido clave para este éxito, permitiendo un despliegue extensivo de fibra óptica incluso en zonas rurales. Esta reflexión nos lleva a considerar que el costo del internet no es simplemente una cuestión de oferta y demanda, sino un reflejo de decisiones políticas, históricas y estructurales que determinan quién puede participar plenamente en nuestra sociedad digital. La brecha en los precios del internet mundial nos recuerda que, aunque la tecnología avanza a velocidad de vértigo, su distribución equitativa sigue siendo uno de los desafíos más importantes de nuestro tiempo.

