La inteligencia artificial (IA) es vista como la joya del avance tecnológico moderno, pero detrás de su majestuoso funcionamiento yace un costo humano que pocos conocen. Si bien la IA está transformando la manera en que interactuamos con el mundo, el proceso detrás de su desarrollo no es tan reluciente. En particular, el etiquetado de datos, una fase esencial en el aprendizaje de los modelos de IA, descansa sobre los hombros de trabajadores de países en desarrollo que enfrentan condiciones laborales desfavorables.
El etiquetado de datos es una tarea clave para el entrenamiento de IA, y aunque empresas como Scale AI se han revalorizado enormemente, no todos quienes contribuyen a este proceso comparten las mismas ventajas económicas o laborales. Muchas de estas tareas son delegadas a trabajadores en países como Kenia, Colombia, e India, quienes deben lidiar con extensas jornadas de trabajo y contenido altamente perturbador. Esto implica que para entrenar una IA a redactar reportes médicos, por ejemplo, los trabajadores deben analizar imágenes gráficas de autopsias y otros elementos escabrosos. La falta de apoyo y el bajo salario, además, obligan a estos trabajadores a extender sus horas de trabajo para alcanzar un sueldo apenas suficiente.
La problemática que enfrentan estos trabajadores es similar a la que reportan los moderadores de contenido en plataformas digitales. A lo largo de los años, trabajadores de diferentes plataformas han denunciado los efectos psicológicos perjudiciales causados al estar expuestos continuamente a contenido perturbador. Los etiquetadores de datos sufren de manera similar al realizar su parte en el ecosistema de IA. Algunas movilizaciones han comenzado en países como Kenia, donde los trabajadores buscan mejores condiciones laborales, apoyo psicológico, contratos formales y salarios justos.
Este creciente problema también ha llamado la atención sobre las implicaciones éticas del desarrollo de inteligencia artificial. Mientras la discusión alrededor del impacto ambiental de la IA gana espacio, el costo humano todavía se mantiene en un plano menos visible. La realidad es que la evolución de la tecnología debería ir de la mano con la protección de aquellos que contribuyen a su desarrollo. Es tiempo de reevaluar cómo nuestras decisiones tecnológicas impactan a las personas al otro lado del espectro digital. Con una regulación adecuada y el compromiso de cuidar a los trabajadores, el futuro de la inteligencia artificial podría ser tanto más humano como innovador.

