En un mundo cada vez más globalizado, la dependencia de productos alimenticios importados es una realidad ineludible para los Estados Unidos. Desde mariscos exóticos hasta galletas de sabores únicos, la oferta internacional es vasta y variada. Sin embargo, una tendencia preocupante ha surgido en los últimos años: la drástica disminución en las inspecciones de instalaciones extranjeras que producen alimentos para el mercado estadounidense. Esta reducción ha generado alarmismo, dado que se ha vinculado a un incremento en los brotes de enfermedades transmitidas por alimentos.
Bajo el mandato de la administración Trump, las divisiones de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) encargadas de supervisar y coordinar estas inspecciones sufrieron recortes significativos de personal, afectando seriamente su capacidad operativa. La salida masiva de empleados, tanto por despidos como por renuncias, dejó a los investigadores con la titánica tarea de gestionar sus propios viajes, un reto que anteriormente recibía apoyo logístico. Esta sobrecarga administrativa no solo retrasó las inspecciones sino que también generó un considerable atraso en el reembolso de gastos, alcanzando más de un millón de dólares sin solucionar.
El impacto del reducido control de calidad es evidente en los resultados de las pocas inspecciones realizadas. Se han encontrado condiciones alarmantes en fábricas extranjeras: trabajadores manipulando masa en recipientes sucios o pescados procesados en cintas transportadoras rotas y manchadas. En algunas instalaciones, se reportaron insectos, tuberías con fugas y datos de pruebas falsificados, situaciones que representan un riesgo no solo para la seguridad alimentaria sino también para la salud pública.
En resumen, la baja en las inspecciones internacionales de alimentos plantea serios riesgos para los consumidores estadounidenses. Con la creciente dependencia de productos extranjeros, es vital reconsiderar las prioridades y fortalecer el sistema de vigilancia para garantizar que los alimentos en nuestras mesas sean seguros y de calidad. A la par de soluciones logísticas y presupuestarias, una reinversión en la seguridad alimentaria se vuelve crucial para proteger a la población ante un potencial desastre sanitario.

