Hoy, hablar de drones en la guerra es cosa de todos los días, transformando los campos de batalla con su precisión y versatilidad. Pero ¿qué dirías si te contara que el primer “ataque de drones” registrado en la historia ocurrió hace más de 170 años, en una Venecia asediada por el Imperio Austrohúngaro? Sí, así como lo lees, esta es una historia que parece sacada de una película de ciencia ficción, pero es completamente real y sentó las bases de lo que hoy conocemos como guerra no tripulada.
Corría el año 1849. La Italia que hoy conocemos era un mosaico de reinos y estados, muchos de ellos bajo la influencia o el control directo del Imperio austriaco. Venecia, con su espíritu indomable, se había autoproclamado como la ‘República de San Marco’, desafiando el dominio imperial. El mariscal Radetzky, al mando de las fuerzas austriacas, no iba a permitir semejante osadía y sitió la ciudad. Pero Venecia, con sus canales y su peculiar geografía, era una fortaleza natural, casi impenetrable para los ataques convencionales. La impaciencia crecía entre los sitiadores, y la solución llegó de la mente de un ingenioso artillero e inventor llamado Franz von Uchatius. Su propuesta era tan audaz como descabellada para la época: bombardear la ciudad con vehículos no tripulados. ¿Se imaginan la cara de sus superiores? ¡Un plan digno de una mente brillante y un poco alocada!
La idea de von Uchatius no era otra que usar globos aerostáticos cargados con explosivos. Se planeaba lanzar alrededor de 200 de estos “drones” primitivos, tanto desde tierra como desde el barco SMS Vulcano —que, por cierto, podríamos considerar el primer ‘portaviones’—. Cada globo llevaba unos 15 kilos de explosivos y un sistema de detonación de mecha continua a base de carbón y algodón con grasa. ¿Control remoto? No exactamente como lo entendemos hoy. El viento era el principal ‘piloto’, combinado con cálculos de trayectoria y, francamente, mucha fe en que los globos aterrizarían donde debían: sobre la población veneciana. El 12 de julio de 1849, el cielo veneciano se llenó de estas esferas mortales, marcando la primera vez que la humanidad experimentaba una amenaza aérea remota. Pero la realidad, como suele pasar, superó la ficción. Los globos eran impredecibles, y el viento, caprichoso. Pocas bombas impactaron en la ciudad, y algunas incluso regresaron, estallando cerca de las propias tropas austriacas. Militarmente, el ataque fue un fracaso rotundo.
A pesar de su ineficacia material, este bombardeo con globos dejó una huella profunda. Para los venecianos, aunque el daño físico fue mínimo, la idea de ser atacados desde el cielo con artefactos extraños sumó un nuevo y espeluznante nivel de ansiedad a la desesperación del sitio. Fue una semilla, un concepto incipiente de guerra no tripulada que germinaría años más tarde y se perfeccionaría en los conflictos del siglo XX y, por supuesto, en la era moderna con nuestros drones avanzados. Incluso hoy, los globos siguen siendo usados de formas insólitas, como los que intercambian Corea del Norte y Corea del Sur con cargamentos poco convencionales. Este curioso episodio nos recuerda que la innovación, incluso en sus formas más rudimentarias y fallidas, siempre busca caminos para cambiar las reglas del juego. Y a veces, esos caminos son tan viejos como el viento.

