En un mundo cada vez más multipolar, el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto su mirada en redefinir las relaciones geopolíticas actuales. Trump, conocido por su estilo audaz y directo, sueña con replicar el movimiento diplomático de Nixon en 1972, pero con una variante: en lugar de acercarse a China, busca separar a Rusia de una China fortalecida. Este concepto, conocido como el ‘Nixon a la inversa’, ha sido objeto de debate entre los círculos diplomáticos y think tanks conservadores.
A principios de los años setenta, Richard Nixon aprovechó una grieta ya existente entre la URSS y China para equilibrar el poder en favor de Estados Unidos. Sin embargo, el contexto actual es diferente. La relación entre Moscú y Pekín es sólida, reforzada por intereses comunes económicos y estratégicos, especialmente tras las tensiones surgidas por la invasión de Ucrania en 2022. Expertos en geopolítica señalan que cualquier intento de romper este vínculo enfrenta obstáculos significativos, tanto económicos como políticos. Rusia se encuentra altamente dependiente de China, no solo como un socio comercial, sino también como un aliado estratégico en el tablero internacional.
Aunque China y Rusia tienen sus diferencias, su alianza responde a una visión compartida de resistencia ante el dominio estadounidense. Ambas naciones buscan desdolarizar la economía global y desafiar la autoridad de Estados Unidos, especialmente en regiones marinas críticas como el mar de China Meridional. En este entorno, las decisiones diplomáticas requieren más que nostalgias del pasado. Las complejidades actuales exigen una estrategia que reconozca las realidades de un mundo donde Estados Unidos ya no es la única superpotencia.
En conclusión, los sueños de Trump de un ‘Nixon a la inversa’ parecen más un eco de épocas pasadas que una posibilidad viable en la actualidad. Mientras que Nixon actuó en un contexto bipolar con una brecha evidente entre sus oponentes, Trump se enfrenta a un bloque sino-ruso consolidado. Ante este panorama, la diplomacia estadounidense deberá encontrar nuevas formas de navegar en las aguas turbulentas de la política global, reconociendo que el mundo ha cambiado y que las soluciones del pasado no siempre son aplicables en el presente.