La agricultura, ese pilar fundamental de nuestra sociedad, enfrenta una vez más los caprichos del clima y del mercado. En esta ocasión, las generosas lluvias de la primavera han traído consigo un problema inesperado para los agricultores mexicanos: un exceso de producción que ha llevado a una caída significativa en los precios del cereal. Este fenómeno, aunque parece una buena noticia para el consumidor, representa un desafío mayúsculo para quienes dependen de la tierra para su sustento.
En regiones como León, el trigo, el centeno y especialmente la avena han visto cómo sus precios se desplomaban en últimos dos años. Para ponerlo en perspectiva, el precio de la avena ha caído más del 50% desde 2023, pasando de 330 dólares por tonelada a apenas 160/t. Esta situación ha dejado a muchos agricultores en una posición precaria, donde los ingresos apenas cubren los costes de producción. El maíz, sin embargo, se mantiene como la excepción a esta tendencia, con precios estables e incluso al alza en algunas zonas.
Detrás de esta caída en los precios se esconde una ecuación simple pero implacable: oferta y demanda. La recuperación de la producción tras la sequía de 2023 ha incrementado la oferta, pero sin un aumento correspondiente en la demanda, los precios han tenido que ajustarse a la baja. A esto se suman factores externos, como las tensiones comerciales entre EE. UU. y Europa, que añaden una capa adicional de incertidumbre al panorama. Los agricultores hablan de una ‘oportunidad perdida’, pero quizás esta situación también nos invite a reflexionar sobre la fragilidad de nuestro sistema alimentario y la necesidad de innovar para hacerlo más resiliente.