Imagínate algo que vuela tan, pero tan rápido, que pensar en reaccionar es casi imposible. Hablamos de velocidades que superan los 6,000 kilómetros por hora, o lo que es lo mismo, más de cinco veces la velocidad del sonido. ¡Una locura! Justo en este terreno se está librando una nueva carrera armamentística que podría redefinir por completo el equilibrio de poder global. Los misiles hipersónicos ya no son ciencia ficción, son una realidad que nos pone a pensar sobre el futuro de la seguridad.
Pero, ¿qué hace tan especiales a estos misiles? A diferencia de los misiles balísticos tradicionales, que suben y bajan en una trayectoria predecible, los hipersónicos son unos verdaderos “chaneques” del aire: pueden mantenerse a baja altitud y, lo más impactante, cambiar su rumbo en pleno vuelo. Esto los hace casi indetectables y extremadamente difíciles de interceptar. Imagínate el reto tecnológico: temperaturas extremas y fenómenos de ionización que harían “pedacitos” a cualquier aparato normal. Mientras Estados Unidos le está batallando, Rusia y China ya le pusieron ganas y van adelante. Rusia, por ejemplo, anunció su sistema Avangard en 2019, que hasta puede llevar una cabeza nuclear, y los expertos en Ucrania dicen que también han usado el Zircon. Por su parte, China no se queda atrás, mostrando los DF-17 y DF-27, que vuelan rapidísimo, y el YJ-21, que ya están integrando en sus barcos de guerra.
Y justo cuando pensábamos que EE. UU. siempre llevaba la delantera en tecnología militar, parece que esta vez les tocó “ponerse las pilas”. Su programa, el Long-Range Hypersonic Weapon o Dark Eagle, con un alcance de casi 2,780 kilómetros, está proyectado para desplegarse hasta finales de 2025. Desafortunadamente, han tenido algunos “tropezones” con pruebas fallidas en 2023 y 2024, aunque en agosto de 2024 lograron un vuelo exitoso de “principio a fin”. La Marina y la Fuerza Aérea también andan trabajando en lo suyo, buscando cómo acortar la brecha. El problema de estos misiles no es solo su velocidad, sino lo que implican para la seguridad global: reducen drásticamente el tiempo de reacción, hacen casi inútiles los sistemas de detección actuales por su capacidad de maniobra a baja altura, y, lo más delicado, no se sabe qué tipo de carga llevan hasta el momento del impacto. ¿Será convencional o nuclear? Esa incertidumbre es un “dolor de cabeza” que complica muchísimo la estrategia de disuasión.
Este escenario ha puesto a todos a pensar. Ante la amenaza hipersónica, países como Estados Unidos, Reino Unido y Australia ya están cooperando con el programa AUKUS para mejorar sus capacidades de vigilancia y defensa, enfocándose en sensores avanzados e inteligencia compartida. El objetivo no es solo tener misiles igual de rápidos, sino construir un sistema robusto que detecte las amenazas a tiempo y coordine una respuesta efectiva. Está claro que la ventaja inicial no la tiene EE. UU., y esto ya está cambiando su planificación militar. La carrera por el dominio hipersónico está “a todo lo que da”, y lo que suceda con los despliegues en este año será crucial para saber si se logra un nuevo equilibrio o si la brecha tecnológica y estratégica se hace aún más grande. Sin duda, vivimos tiempos interesantes donde la velocidad no solo mata, sino que también transforma la geopolítica global.

