En 2020, cuando CD Projekt RED anunció el retraso de su tan esperado videojuego por ajustes técnicos, la reacción de muchos usuarios adultos fue alarmante: amenazas de muerte, campañas de acoso y una tormenta de insultos en redes sociales. Este episodio no fue una excepción, sino un síntoma de un fenómeno más profundo que atraviesa nuestra era digital: la creciente infantilización de la sociedad adulta. Vivimos en un mundo donde la gratificación instantánea se ha convertido en la norma, y la frustración parece ser un sentimiento cada vez menos tolerable.
La tecnología ha jugado un papel fundamental en este cambio cultural. Plataformas como Amazon capitalizan nuestra incapacidad para esperar, entregando productos en horas con un simple clic. Los algoritmos de redes sociales nos mantienen en burbujas cognitivas donde nunca se contradicen nuestras ideas, alimentando una ilusión de certeza permanente. Esta inmediatez digital ha erosionado cualidades esenciales de la madurez como la paciencia, el autocontrol y la capacidad de diferir la gratificación. En lugar de orientar nuestras pasiones mediante la razón, como sugería Aristóteles, son nuestros impulsos inmediatos los que dictan nuestra conducta.
Las consecuencias de esta infantilización se extienden más allá del ámbito digital. Vemos conductas inmaduras en el conductor que humilla a un repartidor por un retraso, en el cliente que acosa a un restaurante por no tener mesa libre, o en el estudiante que exige aprobar solo por asistir a clase. La cultura del ‘like’ y la validación externa se han convertido en nuestra principal brújula moral, mientras que la responsabilidad personal se diluye en narrativas de victimismo donde el culpable siempre es otro: el gobierno, la empresa, el algoritmo.
La salida a esta situación no implica renunciar a los avances tecnológicos, sino aprender a relacionarnos con ellos de manera más consciente. Recuperar la templanza y entender los límites no como privaciones, sino como formas de libertad, podría ser el primer paso hacia una madurez digital auténtica. En un mundo de notificaciones constantes y estímulos inmediatos, quizás la verdadera revolución esté en preferir una conversación profunda sobre un like efímero, o una meta que requiera esfuerzo sobre una gratificación vacía. La tecnología puede ser una herramienta poderosa, pero depende de nosotros usarla para crecer como sociedad, no para retroceder a conductas infantiles.

