Imagina despertar por la mañana y, en lugar de alcanzar automáticamente tu teléfono, comenzar el día conversando con dispositivos integrados en tu entorno, haciendo gestos en el aire como en una película de ciencia ficción. Las luces se encienden, las tareas se completan y todo fluye sin necesidad de mirar una pantalla. Este escenario no es tan lejano como parece, gracias al avance de la inteligencia artificial que promete transformar radicalmente nuestra relación con la tecnología. La era de las pantallas omnipresentes podría estar llegando a su fin, dando paso a interfaces más naturales e intuitivas que nos liberen del constante brillo digital que domina nuestras vidas.
La transición ya ha comenzado de manera silenciosa pero constante. En lugar de enviar mensajes de texto, cada vez más personas mantienen conversaciones fluidas con asistentes de IA. El botón lateral de los iPhone ahora activa ChatGPT en lugar de Siri, marcando un cambio significativo en cómo interactuamos con la tecnología. Pronto veremos la proliferación de agentes de IA en nuestros hogares, dispositivos portátiles con capacidades de grabación avanzada y sistemas integrados en automóviles y electrodomésticos. Como bien señala Sam Altman de OpenAI, no surgen nuevos paradigmas computacionales con frecuencia, pero cuando lo hacen, transforman todo a su paso. Recordemos que el smartphone parecía imposible hasta que Steve Jobs presentó el iPhone, demostrando que la tecnología avanza cuando la sociedad está preparada para aceptarla.
Lo más interesante es que esta revolución no necesariamente vendrá en forma de wearables o gafas inteligentes. Aunque empresas como Meta apuestan por las gafas de realidad aumentada, la verdadera innovación podría ser más discreta e integrada. OpenAI, con su reciente colaboración con Jony Ive, el legendario diseñador de Apple, parece estar trabajando en un dispositivo que ni siquiera sería wearable, según documentos presentados en litigios de marca. Esto sugiere que el futuro de la interacción con la IA podría ser aún más sutil de lo que imaginamos, posiblemente mediante interfaces de voz tan naturales que ni siquiera notaremos que estamos usando tecnología.
Las estadísticas respaldan esta necesidad de cambio: según Pew Research Center, el 74% de los adolescentes y la mayoría de adultos reconocen los efectos negativos del exceso de pantallas. Las pantallas han sido un mal necesario, una etapa intermedia en nuestra evolución tecnológica. En un mundo pospantalla, la información visual no desaparecería sino que se transformaría, proyectándose en superficies o directamente en nuestros ojos, liberando nuestras manos y atención. Caminaríamos por museos donde las audioguías serían experiencias inmersivas, interactuaríamos con nuestro entorno de manera más natural y, sobre todo, recuperaríamos ese contacto humano y ambiental que las pantallas han ido erosionando. La promesa no es eliminar la tecnología, sino integrarla de manera que enriquezca rather que domine nuestras experiencias diarias.

