Imaginen una escena poderosa: un gigantesco capibara inflable navegando por las calles, acompañado por comunidades indígenas que exigen protección para la selva amazónica. Esta imagen vibrante marca el regreso de las protestas ciudadanas en las conferencias climáticas, algo que no veíamos desde Glasgow 2021. La COP30 en Belém, Brasil, promete ser un punto de inflexión en la lucha contra el cambio climático, pero también enfrenta desafíos logísticos y políticos que podrían determinar su éxito o fracaso. Lo que está en juego no es solo el futuro del ‘pulmón verde’ del planeta, sino también la voluntad real de las naciones más desarrolladas para financiar esta batalla crucial.
La elección de Belém como sede representa tanto un simbolismo poderoso como un desafío práctico. Por un lado, situar la conferencia en la entrada misma del Amazonas envía un mensaje claro sobre la importancia de proteger este ecosistema único. Por otro, la infraestructura limitada de la ciudad ha generado preocupaciones sobre la capacidad para alojar a los aproximadamente 45,000 participantes esperados, con precios de hospedaje que se han disparado y muchos delegados obligados a cancelar su asistencia. Esta situación contrasta marcadamente con las ediciones anteriores en Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Azerbaiyán, donde las manifestaciones quedaron confinadas a los espacios oficiales de negociación. El retorno a un país democrático como Brasil permite que la sociedad civil alce su voz con mayor libertad, pero también expone las tensiones que enfrenta el presidente Lula da Silva entre el desarrollo industrial y la protección ambiental.
En la reunión preparatoria de Brasilia celebrada en octubre, los más de 70 ministros participantes abordaron tres ejes fundamentales: financiamiento climático, transición energética y adaptación. Según Valeria Zanini, asesora política del think tank Ecco, esta reunión permitió ‘tomar la temperatura’ de las negociaciones venideras y identificar las líneas de fricción entre países. Los estados más pobres insisten en la necesidad de financiamiento para cumplir sus metas climáticas, mientras las naciones desarrolladas se muestran más inclinadas a aumentar la ambición en la reducción de emisiones. Un aspecto técnico crucial que deberá resolverse en Belém es la definición de indicadores para el objetivo global de adaptación, donde se han propuesto alrededor de diez mil métricas diferentes que deben reducirse a aproximadamente cien para hacerlas manejables.
La COP30 llega en un momento de redefinición de los equilibrios geoeconómicos globales, especialmente en las cadenas de valor verdes relacionadas con tecnologías de transición energética. Se presentará una hoja de ruta para alcanzar el objetivo financiero de 1.3 billones de dólares necesarios para 2035, acordado el año pasado en Bakú. Mientras el mundo observa si las grandes potencias están dispuestas a pagar el precio real del combate al cambio climático, esta conferencia representa una oportunidad única para demostrar que el multilateralismo sigue vivo y que la protección del planeta puede prevalecer sobre los intereses económicos inmediatos. El éxito de Belém podría marcar el camino hacia un futuro más sostenible, mientras su fracaso confirmaría los peores temores sobre nuestra incapacidad colectiva para enfrentar esta crisis global.

