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Juan Villoro y la IA: técnicamente, la mayoría de nosotros ya somos sustituibles

Imaginen esta escena: una alarma suena estridentemente en la Ciudad de México y el corazón se acelera pensando en un sismo. Sales al pasillo, buscas a tus vecinos, revisas tu teléfono con desesperación, solo para descubrir que era una falsa alarma por mantenimiento de detectores de humo. Esta experiencia personal que compartió un periodista mexicano durante la presentación del libro ‘No soy un robot’ de Juan Villoro sirve como metáfora perfecta de cómo la tecnología ha condicionado nuestra forma de vivir y comunicarnos. En la décima edición del Hay Festival Querétaro, el reconocido escritor mexicano reflexionó sobre cómo la inteligencia artificial está transformando no solo nuestros trabajos, sino nuestras relaciones más íntimas.

Villoro compartió una anécdota reveladora sobre su relación con su hija de 25 años: ‘Me comunico con ella por WhatsApp estando en el mismo lugar. Si yo le hablo se asusta, porque parece que se está incendiando la casa’. Esta situación ilustra cómo el mundo digital ha mediado incluso nuestras interacciones familiares más cercanas. Pero más allá de lo personal, el autor profundiza en las implicaciones sociales de la IA. Existe una élite de apenas 220 personas en todo el mundo que manejan los códigos LLM, los sistemas de lenguaje que alimentan chatbots como ChatGPT, y según Villoro, ‘ganan más que un beisbolista de la Serie Mundial de Estados Unidos’. Esta concentración de poder tecnológico plantea serios riesgos de aumentar la brecha entre ricos y pobres.

El panorama laboral se presenta especialmente preocupante para los profesionales de las letras. Villoro señala que ‘los escritores vivimos de cosas que tienen que ver con la cultura de las letras como la traducción, muy bien desempeñada por inteligencia artificial, la escritura de un guion, que ya puede hacer en un 80%, o el periodismo fáctico’. Estudios recientes indican que muchos periódicos podrían funcionar con solo el 20-30% de su personal actual, delegando el resto a sistemas de IA. Pero el problema va más allá del empleo: el impacto ambiental es brutal. Villoro alerta que ‘por cada cien palabras que tecleamos en ChatGPT se necesita una bolillita de agua para enfriar el mecanismo’. La llamada ‘nube’ digital resulta ser en realidad ‘un changarro gigante profundamente contaminante’.

Frente a este escenario, la reflexión final de Villoro resulta contundente: ‘defenderse es una cuestión social, no es una cuestión técnica, porque técnicamente la mayoría de nosotros ya somos sustituibles’. Su llamado no es a rechazar la tecnología por completo, sino a crear conciencia sobre la necesidad de regulaciones y responsabilidad social. En un mundo donde la guerra cibernética ya es una realidad -como ilustra con el caso del hackeo entre Estados Unidos e Irán- y donde nuestras capacidades humanas parecen cada vez más prescindibles, la verdadera batalla no está en competir con las máquinas, sino en preservar aquello que nos hace esencialmente humanos: nuestra capacidad de sentir, reflexionar y conectar emocionalmente con los demás.