¿Qué tal, gente? Imaginen la escena: una tarde tranquila, un mosquito zumba cerca de tu oreja y, ¡pum!, ya tienes un piquete que te hace la vida de cuadritos. Lo primero que haces es rascarte con una furia que ni tú mismo te crees, ¿verdad? Uno, dos, tres… y cuando te das cuenta, ya llevas un montón de veces. Y claro, tu mamá, con esa sabiduría infinita, te dice: “¡No te rasques, mi amor, que es peor!”. Pues, qué crees, ¡resulta que la ciencia le da la razón a tu jefa! Ese placer momentáneo que sientes al rascarte es, en realidad, una trampa.
Y no es que queramos agüitarte el día, pero científicos de la Universidad de Miami han echado por tierra la idea de que rascarse ayuda. Al contrario, han demostrado que solo activa lo que ellos llaman el “ciclo comezón-rascado”. Es un círculo vicioso, tal cual: cuanto más te rascas, más se inflama tu piel, más histamina se libera y, ¡adivinaste!, más comezón te da. Romper este ciclo parece imposible, ¿a poco no? Es como querer agarrar un chicle pegado al zapato, ¡un relajo!
Entonces, ¿qué hacemos si la comezón nos está volviendo locos? La recomendación es clara: si de plano puedes aguantar la tentación, ¡échale ganas! Pero si no, la clave está en la suavidad. En lugar de rascar, frota delicadamente la zona con tus dedos o, ¡sorpresa!, usa una brocha de maquillaje suave para acariciar la piel. El equipo del Dr. Tasuku Akiyama descubrió que acariciar la piel, incluso un poquito más allá del punto exacto de la comezón, envía señales que bloquean esa sensación antes de que llegue a tu cerebro. Es como un “no molestar” neuronal. Imagínate, hasta un estudio con 61 voluntarios confirmó que pasar una brocha suave reduce la comezón, ¡y hasta un 12% más que rascarse, según la Dra. Trisha Pasricha! Rascarse solo alivia por un instante porque el dolor que generas distrae a tu sistema nervioso, pero después, ¡se arma la fiesta de la inflamación! Tu cuerpo libera más histamina y otras moléculas que, pues sí, te dan más ganas de rascar.
Pero, ¡ojo!, no todo es tan malo. La comezón y el rascado tienen su lado positivo, evolutivamente hablando. Un estudio de la Universidad de Pittsburgh reveló que rascarse también nos ayuda a quitar bacterias como el Staphylococcus aureus, una de las causantes de infecciones en la piel. ¡Con razón hasta los perros y los gatos se rascan! La comezón es como una alarma natural: nos avisa de peligros como insectos o irritantes. Y, ¿sabías que la comezón es un asunto del cerebro? No todo lo que toca nuestra piel nos pica. Una playera de algodón, por ejemplo, casi ni la sientes, pero la lana… ¡esa sí te puede poner a sufrir! Hay neuronas en nuestra médula espinal que actúan como “guardianes”, decidiendo si la señal de comezón llega o no a nuestro cerebro. Y, ¡aguas!, la comezón también se puede contagiar. Con solo ver a alguien rascarse o un video de insectos, nuestro cerebro imita la sensación. ¿Ya te dio comezón de leer esto? ¡No te preocupes, es normal!
Al final del día, la comezón cumple una función protectora muy importante, pero el rascarse, aunque placentero por un instante, es como un gol en propia puerta: solo empeora la inflamación. Así que, la próxima vez que ese mosquito te haga la noche pesada, acuérdate del consejo de tu mamá y de la ciencia: mejor una caricia suave o una brocha que unas uñas desesperadas. ¡Tu piel te lo agradecerá!