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El nuevo sistema de identidad digital de China: ¿avance tecnológico o control absoluto?

security cameras in outdoor green urban setting
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China ha dado un paso más en su estrategia de control digital con el lanzamiento oficial del Cyberspace ID, un sistema que centraliza la identidad de los usuarios en internet. Este proyecto, que comenzó a operar el pasado 15 de julio, permite vincular nombre, documento oficial, rostro y número de teléfono en un perfil único gestionado por el Estado. A simple vista, promete simplificar la vida digital al eliminar múltiples registros, pero detrás de esta comodidad se esconde una arquitectura de vigilancia sin precedentes que podría redefinir el concepto de privacidad en la era digital.

El Cyberspace ID funciona como una llave maestra que da acceso a más de ochenta plataformas populares como WeChat, Taobao y Zhaopin con un solo clic. Durante su fase de prueba, ya registró a seis millones de usuarios, y se espera que alcance a más de 1,100 millones de internautas en los próximos meses. Las autoridades chinas justifican su implementación argumentando que reducirá fraudes y protegerá datos personales, aunque la realidad es que este sistema se integra perfectamente con el polémico programa de crédito social y alimenta a la inteligencia artificial con datos granulares para predecir comportamientos. Aunque su uso se presenta como voluntario, la presión social y la exclusión de servicios esenciales convierten esta ‘elección’ en una obligación encubierta.

Este modelo no es aislado, sino parte de una red de control conocida como Locknet, que incluye el Gran Cortafuegos en las fronteras, la censura interna en plataformas y un aparato institucional que garantiza el cumplimiento de las normas. Al asociar cada interacción digital a una identidad verificada, desaparece el anonimato y, con él, la posibilidad real de disentir. China no está sola en esta carrera: países como India con Aadhaar, Brasil con su cédula digital blockchain, y la Unión Europea con eIDAS2 exploran distintos enfoques, pero el modelo chino destaca por su centralización extrema y su potencial exportación a través de iniciativas como la Franja y la Ruta.

La batalla por la identidad digital trasciende lo tecnológico para convertirse en una cuestión política, social y ética de primer orden. Mientras algunos ven en estos sistemas eficiencia y seguridad, otros alertan sobre el riesgo de que se conviertan en panópticos digitales al servicio del autoritarismo. El desafío global no es solo desarrollar tecnología segura, sino garantizar que estos avances protejan las libertades fundamentales en lugar de socavarlas. El futuro de internet podría depender de cómo respondamos a esta encrucijada.