En un mundo inundado de información, donde las redes sociales nos bombardean con datos y los algoritmos nos muestran solo lo que queremos ver, ¿qué lugar ocupan los libros? John Stuart Mill, un gigante del pensamiento liberal, ya nos advertía que no todos los placeres son iguales; algunos nos elevan, otros nos mantienen en un estado de satisfacción superficial. Y la lectura, sin duda, forma parte de esos placeres superiores, aunque hoy en día se ha convertido en una especie de moneda de cambio social.
Muchas veces, el acto de leer se ha transformado en un símbolo de estatus, en una forma de decir ‘soy mejor porque leo esto’. Este elitismo cultural, que se disfraza de humildad y se expresa con solemnidad, olvida lo verdaderamente importante: la conversación. El debate se vuelve una batalla campal, los gustos culturales se convierten en capital simbólico, y la lectura se transforma en una forma de exclusión más que de inclusión. No se trata de menospreciar el conocimiento o la lectura, sino de reconocer que la cultura se ha fragmentado, dispersada en un universo digital donde influyentes y plataformas compiten por nuestra atención.
Pero el problema no es solo de las élites que exhiben su cultura como un trofeo. La desafección por la lectura también se está convirtiendo en una tendencia, una especie de rebeldía cool que se monetiza en las redes. La realidad es que la lectura, pilar fundamental de la educación y el pensamiento crítico, se está perdiendo, y eso es algo que nos debería preocupar a todos. Nos enfrentamos a una paradoja: la creciente abundancia de información coexistente con un declive en el hábito lector, lo que genera una brecha de conocimiento que nos divide.
Necesitamos una nueva visión. Una que reconozca la dignidad de todas las formas de conocimiento, ya sea un libro, una conversación con los vecinos, la transmisión oral de un oficio. Debemos repensar la cultura, no como un mecanismo de exclusión, sino como un espacio de encuentro donde la lectura crítica siga siendo fundamental, pero sin olvidar la humildad y la capacidad de diálogo. Porque leer no nos hace mejores por decreto, pero leer con otros y aprender de otros sí que puede enriquecernos de una manera increíble. En la conversación está el futuro de la cultura y la comprensión entre nosotros.